"Cuando oigáis de guerra y rumores de guerras, no os turbéis, porque es necesario que suceda así; pero aún no es el fin. Porque se levantará nación contra nación y reino contra reino ... principio de dolores son estos" (San Marcos 13:7,8).
El niño mira aterrorizado al hombre de capucha negra. Se llena de pavor ante el arma que apunta a su cabeza. Tiembla. No tiene valor para volver los ojos hacia la botella con el líquido amarillo que sostiene en la mano izquierda. Se desespera y llora. Un niño de 6 años sólo puede llorar ante una circunstancia brutal como la que está experimentando.
-¡Bebe esa cosa o te mato!-
La voz del hombre grande, sin rostro, suena amenazadora. Iván no tiene otro remedio. Bebe su propia orina.
¿Cómo encontrar palabras para describir este cuadro? ¿Qué hacer cuando lo que tienes delante de tus ojos es imposible de ser descrito por el exceso de crueldad? La palabra exacta para definir esa escena sería ignominia. Tal vez oprobio. Quizá miseria. Lo que sucedió ese día, en lo recóndido del alma humana, huye de las palabras y los adjetivos. Las palabras sobran, o faltan, no sé. Mejor es fingir que nada fue real. Esconderlo de las palabras. Quizás así tengamos menos vergüenza de decir que somos humanos y aceptemos la idea de que nos volvimos animales.
Todo ocurre un miércoles 1º de septiembre. El enorme reloj de pared del edificio central de la escuela primaria indica las 9:40 de la mañana. Es una mañana típica de fin de verano. Hay sol y alegría afuera. Dentro de la escuela, alumnos, profesores y padres de familia se preparan para dar inicio al programa de celebración denominado "Jornada del Saber".
Súbitamente se oyen disparos y voces de comando. Palabras de bajo calibre, amenazas y golpes son distribuidos a diestra y siniestra. En fracción de segundos, 32 hombres y mujeres armados hasta los dientes, con los rostros cubiertos por capuchas negras y destilando odio por los ojos, se apoderan de la escuela. Pocos minutos después tienen en su poder a 1300 rehenes.
Los invasores colocan a los rehenes en el gimnasio de la escuela y riegan una enorme cantidad de explosivos, para protegerse en caso de ser atacado por sorpresa. Las fuerzas especiales de seguridad del Ejército rodean la escuela. Se preparan para ingresar al primer descuido de los terroristas. Así comienzan tres días de horror. Los rehenes jamás olvidarán y la humanidad cargará con el incidente, como llaga abierta, por mucho tiempo. Es la guerra. Jesús ya lo había dicho: "Oiréis de guerras y rumores de guerras"(Mateo 24:6). Esta sería una de las señales que anunciarían su retorno a la Tierra.
Al principio, los invasores no hacen ninguna demanda. Simplemente se niegan a dar de comer y beber a los alumnos. Amenazan con matar a veinte de ellos cada vez que un miembro del comando sea herido por las fuerzas de seguridad. Hay amargura y rencor en las palabras del jefe del comando invasor. Declara a los órganos de prensa que no dará comida ni agua a los niños. Algunos alumnos contarían, después, que fueron obligados por los terroristas a beber su propia orina.