Viernes 3 de septiembre. Hace calor. Calor infernal. Los niños se sofocan dentro del gimnasio. Nadie imagina la tragedia que se avecina. Faltan apenas 93 días para que otra tragedia de dimensiones catastróficas sacuda al mundo: el tsunami asesino que borraría del mapa ciudades enteras y se llevaría consigo a más de doscientas mil vidas.
En la ciudad donde el secuestro ocurre hay expectativa generalizada. Los ojos del mundo se dirigen para ver el desenlace final del ataque a niños indefensos.
De pronto se oye la explosión de una bomba. Siguen gritos de angustia por todas partes. Las fuerzas especiales aprovechan el pánico y entran para tomar control de la situación. Hay olor a pólvora, sangre y muerte. El aire que se respira es de terror, desesperación y miedo. El secuestro acaba. Resultado final: 376 muertos y 700 heridos.
Lo que describo aquí es sólo un grano de arena. El clima mundial de belicosidad es mucho más intenso. La sangre de gente inocente se derrama por todos los lados. Escenas de horror, mucho más terribles que las que aparecen en las películas, son protagonizadas en diferentes países, a veces, por motivos banales. El mundo vive la cultura de la guerra y no se trata sólo de la lucha armada de un país contra el otro.
Las personas también pelean y se matan casi sin motivo. En el momento en que escribo estas lineas los noticiosos narran la agresión de tres hombres a una mujer embarazada. Según los agresores, ellos tenían prisa y ella no les cedió el paso. El tiempo que perdieron agrediendo a la indefensa señora fue mucho más que los segundos que hubieran esperado.
Actitudes como esta puedes ver todos los dias en todos los lugares. El hombre de nuestros días ya se habituó a vivir en un clima de guerra. Una de las mayores guerras de la actualidad ya diezmó miles de vidas. Gente inocente. No tenía nada que ver con los intereses políticos de los involucrados. Al principio todo el mundo seguía con intereses el desarrollo de esa guerra. Hoy, a pesar de perderse cada dia decenas de vidas, la gente ya perdió el interés. Pasó a ser un asunto de rutina.
En aquellas tierras o en cualquier otro lado del mundo nadie sabe quién carga una bomba. El enemigo está por todos lados. No tiene rostro. Basta ser la otra persona. Las autoridades andan con miedo. Las personas también.
Cierta vez, mientras viajaba, un pasajero del avión sentado a mi lado me dijo:
¿Acaso no hubo guerras desde que el hombre apareció en el mundo? ¿No mató Caín a su hermano Abel sin motivo? Los países ¿no vivieron siempre en guerra? ¿Cómo puede ser eso una señal de la venida de Cristo?.
Es verdad. Después de la entrada del pecado el hombre siempre vivió en un clima de guerra. Era el resultado de su propia guerra interior, de sus encuentros y desencuentros, de su alejamiento de Dios. Sin embargo, nunca en la historia se ha vivido tanta tensión y violencia como se vive hoy. Es la multiplicación de la guerra, por así decirlo.