15/11/10

Tiempos de guerra (5ta Parte)

Cuando el ser humano contempla la triste realidad de este mundo en conflicto, no puede aceptarla  desde ningún punto de vista. Por una simple razón: el hombre no fue creado para la guerra, aunque viva permanentemente en ella. El ser humano salió de  las manos del Creador para vivir en paz y armonía consigo mismo, con los seres amados y con las otras personas. Pero algo sucedió a lo largo del camino, algo que deformó su mundo interior. Se ha vuelto violento por naturaleza. Hiere a los que encuentra en su camino y hace sufrir a los que están a su lado, pero en el fondo carga la nostalgia de la paz, porque la paz es el destino glorioso para el que fue creado.


Al contemplar a diario el cuadro desolador de sangre, al ver a sus hijos inocentes muriendo en una guerra loca y sin sentido, muchas veces el hombre se pregunta: "¿Hasta cuando?". Es entonces cuando la imaginación humana crea posibles soluciones. Una de ellas podría ser la aparición de un personaje aceptado universalmente y que fuera capaz de establecer la armonía entre las naciones. Alguien que conquistara la simpatía y admiración de todo el mundo de modo que, cuando pidiese a los hombres que vivan en armonía y paz, todos le obedecieran.

Pero la Biblia afirma que ningún ser será capaz de hacer eso. Al contrario, es clara al decir: "Pero acerca de los tiempos y de las ocasiones, no tenéis necesidad, hermanos,de que yo os escriba. Porque vosotros sabéis perfectamente que el día del Señor vendrá así como ladrón en la noche; que cuando digan: ´Paz y seguridad´, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán" (1 Tesalonicenses 5:1-3).

La entrada del pecado contaminó este mundo hasta sus mismas raices. El ser humano es malo por naturaleza. Cada célula de su existencia trae la miserable mancha del egoísmo. Inconscientemente mira a los otros seres como competidores o como enemigos. No confía, y está siempre listo para defenderse y atacar. Por tanto, la solución debe venir de fuera de la esfera terrenal. La solución es divina y celestial. Es el retorno glorioso de Cristo a esta Tierra. Un Cristo victorioso que no pisará la Tierra contaminada por el pecado. San Pablo, describiendo este evento, es claro al decir: "Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos quedado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor" (1 Tesalonicenses 4:17).
¿Te has dado cuenta? Jesús no pisará esta Tierra en ocasión de su segunda venida. Recibiremos al Señor "en el aire", dice Pablo. Nadie andará en la Tierra promoviendo la paz, por más que ese sea un pensamiento alentador.
Ah, mi querido(a), el día está llegando. La muerte provocada por la lucha irracional de los seres humanos no arrancará nunca más a un ser querido de tus brazos. No habrá más dolor, ni sufrimiento, ni lágrimas. Jesús volverá para colocar un punto final a la historia del pecado y las guerras. La gran guerra entre el bien y el mal habrá llegado al fin, y en la nueva Tierra de paz eterna, tu lugar ya está reservado. Sólo acepta a Jesús como tu Salvador.

Tiempos de guerra (4ta Parte)

Los nuevos pedidos hechos en el comercio de armas crecieron escandalosamente en los últimos años. Irónicamente, los cinco primeros proveedores de armas son miembros permanentes del consejo de seguridad de la ONU.¿Puedes imaginar que habrá paz de esa manera?.

-Yo no siento nada de eso- me decía el otro día un joven universitario.

Tal vez no lo sientas porque vives en la ciudad. Estás acostumbrado a otro tipo de violencia, del cual si tienes conciencia. Andas con miedo, temes transitar por lugares oscuros cuando la noche llega. Hay barrios de tu propia ciudad adonde no tendrías el valor de ir, aun cuando fuera de día. Eso quiere decir que la violencia urbana, la otra guerra sin cuartel, está presente todos los días en la experiencia del hombre de la ciudad.

Si piensas que las guerras sólo están en los países de Medio Oriente o en las montañas de dificil acceso donde se esconden las guerrillas organizadas, estás completamente equivocado. Es verdad que en la más grande guerra de nuestros días, de acuerdo con datos de la Organización Mundial de Salud, ya murieron 226 000 personas desde que comenzó la lucha. Los muertos durante la invasión a otro país llegaron a 11 405, incluyendo a militares, guerrilleros  civiles. Pero en un gran país del mundo, en una guerra silenciosa y callada, son asesinadas 48 000 personas por año como resultado de la delincuencia. El crimen organizado fue capaz de paralizar una megametrópoli y matar en un solo día a casi 20 policías que estaban de servicio. Y nadie diría que hay guerra en ese país. Sin embargo, la mafia del robo de cargas domina las rutas, el narcotráfico de drogas controla los barrios pobres, la mafia del tráfico de armas y el contrabando ejercen poder en las fronteras. Y todo esto genera pánico entre los ciudadanos. Sin embargo, el país no está en guerra.

Con un promedio de 500 secuestros relámpago por mes (más de 16 por día), otra gran metrópoli es una de las ciudades con mayor riesgo en el mundo. La industria del secuestro mueve, en esa ciudad, 70 millones de dólares por año, y la clase media se ve obligada a usar blindaje especial como si fuese un accesorio más del vehículo.

La misma situación se repite en otras grandes ciudades del planeta. Sólo el último año, 4.2 millones de personas fueron víctimas de la delincuencia en una ciudad. Cualquier otra metrópoli del mundo podría mostrar sus heridas abiertas y sus estadísticas crueles. Serían denunciadas de una realidad grotesca: la violencia diaria que se vive en las calles.

Las palabras de Jesús se están cumpliendo al pie de la letra. Guerras y rumores de guerras. Guerras fratricidas, locas y sin sentido. Guerras que nacen en las profundidades del corazón humano. El hombre y la mujer se esfuerzan por entender lo que sucede dentro de sí, pero no lo logran.

En 1984 dirigí una cruzada evangelizadora en el Estadio Nacional de Lima. Cuarenta mil personas llenaban el estadio todas las noches. Gente deseosa de escuchar las buenas nuevas del evangelio. Un mes después recibí la carta de un militante del movimiento guerrillero que llevó tanto dolor a mi pueblo. La carta decía: "Estuve en el Estadio Nacional, no porque me interesara lo que usted iba a hablar. Estuve allá cumpliendo una misión asignada por mi grupo. Estamos presentes en todos los lugares, con los ojos y los oídos abiertos. Aquel día fui al estadio cumpliendo mi rutina. Yo no soy malo. Soy simplemente un soñador. Sueño con un país libre, donde los niños nazcan con esperanza, y no condenados a una vida de explotación y miseria. Desgraciadamente, para construir ese país es necesario destruir la sociedad establecida. Yo pensaba que para eso había que pagar el precio, y el precio era el derramamiento de sangre de gente inocente. Pero aquella noche le oí hablar de Jesús. Descubrí que toda la sangre que era necesario que fuera derramada para construir una nueva sociedad ya había sido derramada en la cruz del Calvario. Pero ¿qué quiere usted que haga ahora con el recuerdo de mis crímenes? ¿Qué hago con las pesadillas que me consumen de noche? ¿Cómo saco de mi mente la imagen de gente inocente que suplica de rodillas que no la mate? ¿Adónde voy con mi dolor, con mi pasado, con el peso terrible de mi culpa?".

Este fue siempre el grito desesperado del corazón humano. ¿Qué hago? ¿Qué haré? ¿Adónde voy? En medio de ese torbellino de luchas y aflicciones, yo te invito a escuchar la voz mansa de Jesús: "La paz os dejo, mi paz os doy, yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo". En los tiempos de conflictos y guerras en que vivimos, no puede haber invitación más dulce.

¿Aceptarás la invitación?

La respuesta es sólo tuya.