El problema básico del hombre de nuestros días es el orgullo. "Se envanecieron en sus razonamientos", dice el apóstol Pablo. El periodista español Francisco Umbral, que escribía para el periódico español El Mundo, comprueba la declaración del apóstol. Antes de morir escribió en su columna lo siguiente: "Nietzsche y todos los otros que sabemos clausuraron el mundo antiguo decretando la muerte de Dios y la soledad del hombre. Esto es Modernidad, y nada la puede superar. Instituciones arcaicas, como la Iglesia, están viviendo hoy apenas por motivos residuales".
Umbral podría haber citado a Kant, Schopenhauer, Feuerbach, Marx o Freud para demostrar su Modernidad. No sería sorprendente. La Biblia ya lo decía tiempo atrás. En esta época llamada postmoderna, abundaría esta clase de pensamientos. Es la tendencia casi generalizada, especialmente en los países llamados desarrollados. Muchos intelectuales piensan y opinan de acuerdo con la "soberbia de su razonamiento". Les gusta ser llamados librepensadores. No quieren compromiso con nada ni con nadie. Mucho menos con alguien que nunca pudieron ver ni tocar: Dios.
Por un lado se encuentran los deístas. Ellos creen en un Dios creador que se olvidó de su creación y no interviene más en ella. Están también los agnósticos, que dudan de la existencia de cualquier tipo de Dios. Finalmente hay quienes son ateos, los que no creen en ningún tipo de Dios.
Estos tipos de pensamiento consideran a Dios un "concepto superado, arcaico, infantil". Agredir a Dios se volvió una moda. Hace poco tiempo el filósofo francés Michel Onfray escribió su Tratado de Ateología. Sólo en Francia vendió doscientos mil ejemplares. En un pasaje de su libro declara, lleno de suficiencia propia: "El último dios desaparecerá con el último de los hombres, y con el último de los hombres desaparecerá el temor, el miedo, la angustia, esas máquinas de crear divinidades".
Tal vez Onfray crea que está revolucionando al mundo con su manera de pensar, pero no es el único. Richard Dawkins, biólogo inglés, también escribió otro suceso editorial de ese género: "Dios, un delirio". Su libro es un esfuerzo desesperado para probar que Dios no pasa de ser un mito superado por el tiempo. Además el periodista inglés Christopher Hitchens, que vive en Washington, publicó "Dios no es grande"; y el filósofo estadounidense Sam Harris acaba de escribir su "Carta a una nación cristiana". En ella se defiende de las críticas que recibió después de su primer libro, en el cual considera ridícula la existencia de Dios.
Todos estos autores tienen algo en común. Para ellos el ser humano no necesita de Dios, mucho menos para ser un buen ciudadano. Dicen que la moralidad no depende de la religión y que, por tanto, un ateo puede ser ético y bueno. Eso es suficiente para ser feliz. A favor de esta tesis está la neurociencia, cuyos "descubrimientos" probaron que hasta los chimpancés tiene nociones morales, sentimientos de empatía y solidaridad, y "sin embargo no orar ni creen en Dios".
El asunto en cuestión no es si el hombre que rechaza a Dios puede tener criterios morales o no. La moralidad no es patrimonio de los cristianos. Lo importante es la profecía bíblica que anuncia que, en los días finales de la historia humana, esa manera de pensar sería cada vez más frecuentes. Hoy, no creer en Dios es casi regla entre los intelectuales. La revista Nature afirma que el 60% de los hombres de ciencia son ateos.
Agnósticos aparte, si damos una rápida mirada al mundo veremos que a pesar de la incredulidad de muchos hay un aparente despertar del ser humano en favor de la religiosidad. Por ejemplo, en Holanda, reconocidamente el país europeo más agnóstico, está habiendo un aparente retorno de la oración.
Hace pocos años comenzó el llamado "Movimiento de la oración en la empresa". En ese tiempo en Holanda pocas personas prestaban atención a este movimiento. ¿Por qué deberían preocuparse? Después de todo, el destino de Holanda era convertirse en un país agnóstico, en el que la oración era considerada, como muchos, "un pasatiempo irracional, aunque inofensivo".
Sin embargo, hoy la "oración laboral" se está convirtiendo en un fenómeno aceptado; en él participan más de cien compañías. Ministerios del Gobierno, universidades y multinacionales (como Philips, KLM y ABM ANRO) permiten a sus empleados organizar encuentros regulares de oración en sus lugares de trabajo. Incluso los sindicatos ha comenzado a presionar al Gobierno para que reconozca el derecho de los trabajadores a orar en su lugar de trabajo.
Adjiedj Bakas, observador profesional de tendencias, y Minne Buwualda, periodista, ambos autores del estudio recientemente publicado bajo el título de "El futuro de Dios", creen una "recaida holandesa en la religiosidad".
¿Extraordinario? Tal vez sí, tal vez no. Este aparente retorno del pueblo a la oración y a la alabanza no lo es a la Biblia. Las personas perciben que el agnosticismo no satisface las necesidades más profundas del corazón humano, y se vuelven a la emoción de la religión. No a los valores absolutos de un Dios absoluto, sino al relativismo de un dios, energía que no espera nada y simplemente da el visto bueno a la conducta que la criatura decide seguir.