27/11/10

La sublevación de la naturaleza(1era parte)

"Entonces habrá señales en el sol, en luna y en las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, confundidas a causa del bramido del mar y de las olas; desfalleciendo los hombres por el temor y las expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra; porque las potencias de los cielos serán conmovidas" (San Lucas 21:25,26).

Isamael Gumuda llora su tragedia. Lamenta estar vivo. Preferiría estar muerto y no sentir nada. Llora el recuerdo del hermano ausente. Recuerda y llora con apenas 11 años. Las imágenes no se borran de su mente. De día las ve a toda hora. En las noches vuelven en forma de pesadillas. No olvida. No puede olvidar el día en que la gigantesca ola le arrancó de los brazos a su hermanito de 7 años.

Estaban en la escuela ensayando una obra para la próxima celebración del Año Nuevo, cuando oyeron el estruendo terrible de mil truenos. Ese ruido marcaría su vida para siempre. "Dimos media vuelta y vimos que una ola gigante, más alta que el edificio de la escuela, se nos venía encima -dice enjuagando las lagrimas-. Yo sujeté firmemente a mi hermano, pero la ola nos separó. No pude hacer nada para ayudarlo. Él me miraba aterrorizado, queriendo que lo ayudara, pero no pude; el agua tenía mas fuerza que yo. Sobreviví solamente porque la ola me llevó hasta el pie de la montaña, mientras que mi hermano desapareció tragado por el mar. Lo echo mucho de menos y oro por él", afirma Isamael.

Los maestros de la escuela donde él estudia han notado que Isamael no es el mismo desde el impacto del tsunami. Ha perdido peso, y se lo ve triste y callado. Isamael es uno de los estudiantes de la escuela Ban Talaynork que participa del programa de rehabilitación psicológica auspiciado por UNICEF en Tailandia.


Este relato dramático es parte de la tragedia que despertó a la humanidad a una realidad aterradora: la vida no vale nada cuando la naturaleza enloquece. La  madrugada del 26 de diciembre de 2004 permanecerá en el recuerdo de los mortales para siempre. Pasarán los años, y continuaremos aturdidos, desconcertados y perplejos.

Hasta ese día muchas personas no habían oido hablar de los tsunamis, aunque existían. De repente, ahora todo el mundo tuvo conciencia de una realidad que asusta. ¿Qué nombre se le podría dar al poder destructor de una naturaleza enloquecida que en fracción de segundos removió islas, hizo desaparecer ciudades enteras y devoró a casi doscientas mil vidas?¿Adónde podría correr el hombre para protegerse de una fuerza equivalente a la explosión de un millón de bombas atómicas, como la que destruyó Hiroshima durante la Segunda Guerra Mundial?.

Aquella madrugada de horror, el planeta fue estremecido en sus mismo fundamentos. La humanidad, golpeada en lo amargo de su conciencia. El sacudón asesino, de 9 grados en la escala de Richter, empezó en el extremo norte de Indonesia y pasó por Tailandia, la India, Bangladesh y Sri Lanka. Atravesó 6 500 kilómetros, mató a cientos de personas en la costa oriental del África y siguió miles de kilómetros más, hasta sacudir amenazadoramente los mares de la República de Chile.

La resaca de la Navidad de ese diciembre trágico tuvo gusto a sangre y muerte. El hombre entendió, de manera trágica, cuán pequeño es delante de la furia de la naturaleza.

El horror experimentado por el mundo cuando agonizaba 2004 era apenas el preámbulo de un 2005 lleno de catástrofes naturales. Semanas después del tsunami de Indonesia, una serie de huracanes causaría inundaciones y muertes en América Central y en Estados Unidos. El huracán Katrina, con nombre de mujer y furia de mil demonios, pasaría a la historia como impiadoso asesino. Sembró pánico y destrucción, provocó daños irreparables y sumergió durante semanas a la ciudad estadounidense de Nueva Orleans. El encanto francés de la bella ciudad de los blues y del jazz quedaría embarrada por una lama fétida con olor a muerte.

24/11/10

Un mundo sin Dios (7ma Parte)

Tarde o temprano, al sacar del escenario de su vida a Dios, el ser humano también termina por retirar de su vida los límites. "Que sea eterno mientras dure", se repite a sí mismo una y otra vez. Intenta justificar un estilo de vida cuyo propósito es apenas, agradar a los sentidos. Pero no lo logra. Se siente vacío, hueco, incompleto. Desea ser feliz a cualquier precio. Se esfuerza inútilmente por conseguirlo y yerra el blanco.

La Biblia llama "pecado" a esa frustración. En la Sagrada Escritura la palabra pecado proviene de la expresión griega hamartía. Literalmente quiere decir: "errar el blanco; apuntar a un objetivo y llegar a otro". Querer ser feliz y alcanzar la infelicidad. Fallar, perderse en el camino, confundir las cosas. Pero el hombre moderno insiste en ignorar el pecado. Ha decidido llamarlo "desequilibrio interior", "fragilidad humana", "desvío de conducta", "preferencia particular"; cualquier cosa, menos pecado. Como si el hecho de cambiarle el nombre fuera la solución.

Recuerdo el concurso que la profesora hizo en las escuela, pidiendo a los niños que diesen ideas para resolver el problema de la crisis energética.

-El combustible del mundo se está acabando- les dijo - y necesitamos sugerencias para impedir que eso ocurra.

Al dia siguiente los chicos vinieron con las ideas más jocosas y absurdas.

-Hay que colocar un perro al lado de cada conductor, para que ladre cada vez que corra mucho y así no gasta mucho combustible- dijo uno.

-Que ya no se venda más gasolina, entonces ya no se acaba- respondió otro.

Pero la respuesta más interesante fue la de Juancito:

-Vamos a cambiarle el nombre a la gasolina. Las personas comprarán otra cosa y la gasolina estará guardada-

Ese parece ser la solución que el hombre de nuestro tiempo cree haber hallado para las dificultades que enfrenta por haberse alejado de Dios. Si el ser humano salió un día de las  manos de Dios, sólo estará realizado y completo cuando se vuelva a su Creador. Pero el hombre niega esta realidad. Se olvida de que es un hijo de Dios y que debe vivir como tal.

Desde pequeño percibe un mundo distorsionado. Dios es algo sin mucha importancia. En la televisión ve programas cómicos en los que se ridiculiza las cosas espirituales. Entonces crece aceptando la vida secularizada como algo normal.

En 1987 se descubrió, en las selvas de Uganda, lo que la prensa llamó "el niño mono". Todo indicaba que ese niño había vivido con una tribu de monos por lo menos por cuatro o cinco años. El muchacho, de aparentemente 6 años de edad, fue llevado al hospital y después a un orfanato, donde saltaba y se movía en círculos como un mono. Se rehusaba a comer la comida que le ofrecían y mordía a todos los que se aproximaban a él.

Los estudiosos del comportamiento de este chico dijeron que si un niño vive con animales por más de cuatro o cinco años, es casi imposible que vuelva a tener un comportamiento normal. El cerebro recibe marcas que son indelebles para el resto de su vida.

Algo parecido le sucede al ser humano. Vive en un mundo lleno de racionalismo. Se olvidó de que salió de las manos de Dios. Percibe las consecuencias de vivir separado de su Creador. Ve a su familia hecha pedazos, a sus hijos esclavizados en el mundo de las drogas y de la promiscuidad. Su hogar está hecho escombros, sus ideales muertos, sus sueños hechos trizas. Es su realidad. Su triste y desesperada realidad. Realidad diaria, de cada hora, de cada minuto. Convive con ella, la carga dentro de sí, la lleva a todos lados, sufre, pierde las ganas de vivir, y entonces busca desesperadamente la solución, inventando soluciones pasajeras que hagan disminuir la intensidad del grito angustiado de su corazón.

¡Oh, corazón triste! ¿Por qué lloras en silencio el dolor que nadie ve? ¿Por qué corres, por qué huyes, por qué te escondes? En las horas más oscuras de tu vida, cuando el dolor te quita las ganas de vivir, cuando buscas respuestas dentro de ti y no la hallas, ¿por qué no vuelves los ojos a tu Creador?


Hace más de dos mil años el Señor Jesús, contemplando el panorama espiritual de nuestros días, se preguntó: "Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿hallará fe en la tierra?"( San Lucas 18:8). Lo que estaba queriendo decir es si los hombres todavía se acordarían de que él los amaba y los esperaba con los brazos abiertos . ¿Se acordarían?

La respuestas es sólo tuya.