Hace un tiempo conversé con una persona que no conocía la Biblia. Estábamos en el avión y la conversación derivó hacia asuntos existenciales. Hablamos del concepto de cada uno con su relación a la vida. Le dije que yo creía en el regreso de Cristo y en el establecimiento de su Reino eterno.
Yo prefiero vivir la realidad presente. me dijo, El cielo es algo muy abstracto y está en un futuro muy distante. No sé si estaré vivo cuando llegue ese día.
El hombre que dialogaba conmigo es la típica persona de nuestro tiempo. Sólo piensa en el aquí y en el ahora. Desde su punto de vista no vale esperar el cielo mientras las cosas suceden aquí en la Tierra.
La vida es tan corta, concluyó, que no se puede desperdiciar tiempo con expectativas utópicas. Es necesario ser realista.
¿Es necesario ser realista? Entonces, tomando prestada la ilustración de otro escritor, permíteme razonar contigo. Supongamos que vivimos 100 años y llegamos al fin de nuestro días. Y descubrimos que mi interlocutor tenía razón. El cielo no existe. La venida de Cristo es una utopía. No hay vida eterna cuando Jesús vuelva. Nada. ¿Qué es lo que yo perdí si no existe nada? Valga la redundancia, nada; absolutamente nada. Porque nada existe. Pero imaginemos que al fin de nuestros días descubrimos que la Biblia tenía razón. Que el cielo existe, la vida eterna es una realidad y Cristo viene para llevar con él a los que se prepararon. Pues bien, mi amigo del avión lo habrá perdido todo. Así de simple. Pero también asi de real y verdadero.
Muy pronto llegará el día en que los seres humanos despertaremos, como siempre lo hacemos, para cumplir los trabajos diarios. En las fábricas los empleados estarán cumpliendo sus tareas. En las escuelas los alumnos seguirán estudiando como siempre. Los lugares de placer estarán llenos. Gente haciendo el bien y haciendo el mal. Corriendo como todos los días detrás de sus sueños. Nada de anormal. Nada diferente. Tal cual los días de Noé.
Súbitamente, en el medio del cielo, aparecerá una nube blanca. Aumentará de tamaño a medida que los segundos pasen. La Tierra se estremecerá en sus mismos fundamentos. Juan describe la escena de esta manera: "... He aquí hubo una gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre; y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento. Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostros de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quien podrá sostenerse en pie"(Apocalipsis 6:12-17).