Las palabras de Jesús son para ellos. Los discípulos serán testigos de la furia romana que destruirá el Templo. Parte de las señales de San Mateo 24 se refieren a lo que sucedería antes de la destrucción del Templo. Otras, sin embargo, e incluso las primeras, por aplicación, anuncian lo que sucederá antes del fin del mundo.
La humanidad necesita saber hoy, con urgencia, el mensaje entrelíneas de los acontecimientos aterradores de nuestros días. Nada sucede por casualidad. Todo fue escrito y anunciado en las Santas Escrituras. Las señales del regreso de Cristo, presentadas el la Biblia, son una descripción fiel de lo que sucede en nuestros días. Un retrato del mundo actual y sus constantes luchas contra los desvaríos de la propia humanidad, y contra la furia enloquecida de una naturaleza que no soporta más las agresiones del hombre y se rebela, como potro salvaje, cuando intentan quitarle sus horizontes infinitos para hacerla vivir apacionadamente.
Lo que escribo a continuación es una constatación de las cosas que están sucediendo. Ocurrirán más a medida que el tiempo acabe y nos aproximemos al fin. Es un mensaje de urgencia. La urgencia nace del peligro. Pero es también un mensaje de esperanza. Esperanza de un nuevo día y un mundo nuevo.
Al observar lo que sucede a nuestro alrededor percibimos que ya es de noche en nuestro planeta. Bastante de noche. Noche oscura. Las tinieblas que nos rodean asustan, pero son la evidencia de que el Rey ya vuelve. No hay que temer. Después de la noche siempre viene el día. Cuanto más densa la oscuridad, más cerca el nuevo día.
Sé, por experiencia propia, cuán valiosa es la esperanza. La necesité una noche, perdido un la selva. Me aferré a ella como a la tabla de salvación en un mar revuelto. Había andado todo el día y ya no tenía fuerzas. El indio que me acompañaba creyó mejor dormir a la orilla de un rio.
-Mañana será otro día - me dijo -, y usted estará en mejores condiciones; no vale la pena continuar andando en la oscuridad.
Paramos. Nos adentramos en la noche, con sus ruidos extraños. Sentí la oscuridad en mis ojos, en el aire que respiraba, rozando mi piel, tratando de intimidarme. Hay noches en la vida tan densas, tan oscuras y tan trites... Noches del alma. Noches de la selva. Noches que dan la impresión de ser eternas. Aquella era una noche de esas.
Casi no dormí. Me incomodaba la oscuridad, me perturbaban sus ruidos, me molestaba su intensidad, me perturbaban sus ruidos, me molestaban su intensidad. No dormí, Observé la noche. La vi soberana, amedrentadora, dueña y señora de la situación. Deberían ser las cuatro o las cinco de la mañana cuando pregunté al guía:
-La noche ¿se está poniendo más oscura o es simplemente impresión mía?
-No es impresión suya, la noche realmente se ha puesto más oscura, pero no se preocupe. Eso significa que, de un momento a otro, va a salir el sol.
Diez minutos después, el sol salió. Pude ver sus rayos dorados sonreírme a la distancia. Pude disfrutar otra vez de su luz, de su esplendor, de su vida. Estaba a salvo. Un nuevo día había llegado.
La noche de este mundo está cada ves más densa. Hay dolor, tristeza y muerte a nuestro alrededor. Hay injusticia, miseria y hambre en torno a nosotros. A veces da la impresión de que todo está perdido. No es verdad. La noche de este mundo acabará pronto. El sol de un nuevo día ya despunta en el horizonte. El Señor Jesús viene a buscarte.
-Ven a mí te dice con su voz mansa -; confía en mí para atravesar las horas de oscuridad que todavía restan.
¿Qué harás? ¿Aceptarás su invitación?
La respuesta es sólo tuya.