7/12/10

Una sociedad sin corazón (3era parte)

Estás en la puerta de tu propia casa. Una mujer cansada, con un niño en brazos, te pide un poco de agua. Tu corazón es movida a ayudar. Vas a la cocina a traer el vaso de agua. Cuando regresas, la desconocida ya no está. Desapareció llevándose el equipo de audio que tenías en la sala.

¿Te quedan ganas de auxiliar a las personas? Tu espíritu cristiano te impulsa a hacerlo. A pesar de las frustraciones y los engaños sigues ayudando, pero la mayoría de las personas piensan dos veces antes de extender la mano. El amor de muchos se ha enfriado. Jesús lo había  dicho, la maldad iría en aumento cada vez más y las personas solidarias irían disminuyendo.

¿Por qué el ser humano procede de ese modo? Existe un vacío en el corazón. La incoherencia de su extraña manera de proceder no es entendida por él mismo. No lo puede explicar. Sólo sabe que busca algo, y en su carrera loca tratando de encontrarle un sentido a las cosas, se hiere y lastima a los otros, sin importarle que esos otros sean muchas veces, las personas que más ama.

El día que escribo esta página, la policía, advertido por una denuncia anónima, derribó la puerta de un departamento localizado en la parte más cara de una gran ciudad y encontró  un cuadro capaz de sacudir los sentimientos de la persona más endurecida. Una niña de sólo 12 años, amarrada en el área de servicios, tenía los dos brazos levantados y atados a una escalera de hierro. Sus pies casi no tocaban el suelo. La boca, tapada con un pedazo de gasa mojada de ají, y ocho de los dedos de las manos quebrados. La mayoría de las uñas le habian sido arrancadas. "Empecé a temblar tanto que tuve dificultad para desatarla", confiesa un duro policía acostumbrado a ver escenas de horror. Lo que hace de este episodio el extremo de la barbarie es que la autora de la violecia familiar era la madre adoptiva de la niña.

Es común, lo puedes ver todos los días, en todos los países. Hay maldad, demasiada violencia. Abuso, incluso dentro del propio hogar.


Alan Weisman, en su libro "El mundo sin nosotros", imagina cómo sería el planeta sin los seres humanos. Tal vez, mejor. Yo, personalmente, no lo creo. Creo que la raza humana está perdida en las sombras de su alejamiento de Dios. No hay otra explicación. La declaración de Hobbes nunca tuvo tanta relevancia: El hombre es el lobo del hombre.

6/12/10

Una sociedad sin corazón (2da parte)

Escena tres. Una inofensiva ciudad de interior. La noche está más oscura que otras veces. Llueve a cántaros. Joaquín y su esposa retornan de una boda. Han sido padrinos y visten ropa de gala. Conversan felices, recordando episodios de su propio casamiento. Los años han pasado y ellos se aman más que nunca. Dios les ha dado dos hijos preciosos. Aquella noche se habían quedado en casa con la niñera.

La conversación animada de los esposos es interrumpida por algo inesperado a esa hora de la madrugada. En la carretera solitaria hay una pareja en dificultades. Piden socorro. Aparentemente el vehículo de ellos se ha averiado y necesitan auxilio. A pesar de la lluvia, Joaquín y su esposa deciden ayudar. Craso error. En pocos minutos Joaquín está muerto, con el rostro desfigurado por un tiro de escopeta. Solange, violada y agonizante, tardará años en recuperarse, y los dos pequeños hijos, huérfanos de padre a temprana edad, jamás entenderán por qué un acto de solidaridad recibió la muerte como retribución. Los delincuentes nunca fueron descubiertos. ¿Tendrías tu el valor de parar en la carretera y auxiliar a alguien después de conocer una historia como esta?.


Los tiempos que vivimos son peligrosos. El apóstol Pablo lo dijo. En los últimos tiempos habría hombres "crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados". Todo el mundo tiene miedo de todo el mundo. Nadie más confía en nadie. Las grandes y las pequeñas ciudades están llenas de pandillas en cada esquina. Los fuertes sacan provecho de los débiles. Las metrópolis se han transformado en verdaderas junglas. Las fieras son los propios seres humanos.

El amor de muchos se está enfriando. Tú ves en la esquina de la calle a un níño desvalido, pidiendo limosna, y un poco más allá observas a los explotadores de esa criatura esperando el lucro diario. Te sientes ridículo. Tus sentimientos de ayuda al desprotegido saltan por los aires. Te ves burlado y herido en lo íntimo. Te propones nunca más hacer el papel de tonto.