Escena tres. Una inofensiva ciudad de interior. La noche está más oscura que otras veces. Llueve a cántaros. Joaquín y su esposa retornan de una boda. Han sido padrinos y visten ropa de gala. Conversan felices, recordando episodios de su propio casamiento. Los años han pasado y ellos se aman más que nunca. Dios les ha dado dos hijos preciosos. Aquella noche se habían quedado en casa con la niñera.
La conversación animada de los esposos es interrumpida por algo inesperado a esa hora de la madrugada. En la carretera solitaria hay una pareja en dificultades. Piden socorro. Aparentemente el vehículo de ellos se ha averiado y necesitan auxilio. A pesar de la lluvia, Joaquín y su esposa deciden ayudar. Craso error. En pocos minutos Joaquín está muerto, con el rostro desfigurado por un tiro de escopeta. Solange, violada y agonizante, tardará años en recuperarse, y los dos pequeños hijos, huérfanos de padre a temprana edad, jamás entenderán por qué un acto de solidaridad recibió la muerte como retribución. Los delincuentes nunca fueron descubiertos. ¿Tendrías tu el valor de parar en la carretera y auxiliar a alguien después de conocer una historia como esta?.
Los tiempos que vivimos son peligrosos. El apóstol Pablo lo dijo. En los últimos tiempos habría hombres "crueles, aborrecedores de lo bueno, traidores, impetuosos, infatuados". Todo el mundo tiene miedo de todo el mundo. Nadie más confía en nadie. Las grandes y las pequeñas ciudades están llenas de pandillas en cada esquina. Los fuertes sacan provecho de los débiles. Las metrópolis se han transformado en verdaderas junglas. Las fieras son los propios seres humanos.
El amor de muchos se está enfriando. Tú ves en la esquina de la calle a un níño desvalido, pidiendo limosna, y un poco más allá observas a los explotadores de esa criatura esperando el lucro diario. Te sientes ridículo. Tus sentimientos de ayuda al desprotegido saltan por los aires. Te ves burlado y herido en lo íntimo. Te propones nunca más hacer el papel de tonto.
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