¿De que retribución habla el apóstol? De todas las plagas y las enfermedades que flagelan al mundo moderno. Un estudio realizado por el Center for Disaese Control and Prevention(CDC), de Estados Unidos, muestra que 19 millones de estadounidenses son contagiados cada año por enfermedades venéreas y más de de 65 millones viven permanentemente con enfermedades sexualmente transmisibles. El SIDA viene diezmando a la humanidad. En la actualidad, 43 millones de personas viven con SIDA en el mundo. Sólo el año pasado 4,8 millones de personas fueron contagiadas. Peor, cada días 2 mil bebés son contagiados en el vientre de sus madres.
Todo esto fue anunciado por la Biblia como evidencia de que estamos viviendo en el fin de los tiempos. Jesús declaró: "De la higuera aprended la parábola: Cuando ya su rama está tierna, y brotan las hojas, sabéis que el verano está cerca. Así también vosotros, cuando veáis todas estas cosas, conoced que está cerca, a las puertas"(San Mateo 24:32, 33).
Era el atardecer de un día triste. Triste para ella. Su vida había llegado al fin. Sus sueños habían muerto. Los hombres la condenaban. Había sido encontrada en flagrante pecado y no tenía salvación. Su vida estaba llena de desatinos. Amó de manera errada. Buscó ser amada, y sólo fue usada. Busco ser feliz a su manera, y todo lo que había conseguido fue abrirse heridas profundas que nadie podía curar.
¿Qué hace una persona cuando ve que erró y merece ser castigada por eso?. Repite lo que estaba haciendo, para que el dolor que cree merecer aumente. Ella había escogido ese camino. Un camino infeliz que la llevó al fondo del pozo. Un camino doloroso que acabó con sus ganas de vivir. Sus valores se habían diluido, sus virtudes se habían desintegrado. Se sentía una basura. Sabía que debía cambiar el rumbo de su vida, pero no tenía fuerzas y se desesperaba a solas.
Fue entonces cuando los hombres la descubrieron y la arrastraron hasta Jesús. Había sido encontrada en pecado y merecía ser apedreada. La ley de los hombres es implacable. No perdona.
Allí estaba ella. Su pasado, feo. Su presente, horrible. Futuro, no tenía. Allí estaba ella, destruida, desecha, acabada. Allí estaba ella, con el peso de la culpa asfixiándola, hiriéndola, atormentándola. Ella, la pecadora, la perdida, la mala.
Entonces apareció la persona maravillosa de Jesús. Gracias a Dios, él siempre aparece. Cuando más lo necesitas. Cuando no saber qué hacer ni hacia dónde ir. Gracias a Dios, él siempre te busca, te llama, te espera.
El Maestro de Galilea, en silencio, empezó a escribir en la arena. Los acusadores de la pobre mujer desaparecieron uno a uno. Se oyó de nuevo la voz de Cristo: El que se encuentre sin pecado que tire la primera piedra.
Nadie se atrevió a hacerlo. Las calles estaban desiertas. ¿Dónde están los que te condenan?-preguntó Jesús-. Todos se han ido, respondió la mujer. No tenía siquiera el valor de levantar los ojos.
Yo tampoco te condeno, le dijo el Señor; anda y no peques más.
Ya pasaron más de 20 siglos de todo aquello. La voz dulce del Maestro sigue haciendo eco en las paredes del tiempo y llega hasta ti. Su promesa es: "Yo puedo hacerte de nuevo si me entregas tu corazón".
¡Qué invitación más tierna! ¿No lo crees? ¿Qué harás con ella?
La respuesta es solo tuya.
Fue entonces cuando los hombres la descubrieron y la arrastraron hasta Jesús. Había sido encontrada en pecado y merecía ser apedreada. La ley de los hombres es implacable. No perdona.
Allí estaba ella. Su pasado, feo. Su presente, horrible. Futuro, no tenía. Allí estaba ella, destruida, desecha, acabada. Allí estaba ella, con el peso de la culpa asfixiándola, hiriéndola, atormentándola. Ella, la pecadora, la perdida, la mala.
Entonces apareció la persona maravillosa de Jesús. Gracias a Dios, él siempre aparece. Cuando más lo necesitas. Cuando no saber qué hacer ni hacia dónde ir. Gracias a Dios, él siempre te busca, te llama, te espera.
El Maestro de Galilea, en silencio, empezó a escribir en la arena. Los acusadores de la pobre mujer desaparecieron uno a uno. Se oyó de nuevo la voz de Cristo: El que se encuentre sin pecado que tire la primera piedra.
Nadie se atrevió a hacerlo. Las calles estaban desiertas. ¿Dónde están los que te condenan?-preguntó Jesús-. Todos se han ido, respondió la mujer. No tenía siquiera el valor de levantar los ojos.
Yo tampoco te condeno, le dijo el Señor; anda y no peques más.
Ya pasaron más de 20 siglos de todo aquello. La voz dulce del Maestro sigue haciendo eco en las paredes del tiempo y llega hasta ti. Su promesa es: "Yo puedo hacerte de nuevo si me entregas tu corazón".
¡Qué invitación más tierna! ¿No lo crees? ¿Qué harás con ella?
La respuesta es solo tuya.
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