Conversamos un poco más y después nos despedimos sin llegar a ninguna conclusión. Él era otro retrato del hombre moderno. Había hecho del dinero un dios; pero, a pesar del dinero, continuaba angustiado. Buscaba un sentido para su existencia.
Dinero. ¡Ah, dinero! "Poderoso caballero es don dinero", reza el antiguo proverbio; y las personas, desde tiempos inmemoriales, se han entregado de cuerpo y alma a la búsqueda incansable de dinero.
"El dinero es la palanca que mueve el mundo", repetían los buscadores de oro, mientras arriesgaban su vida en la selva del Amazonas tras el codiciado metal.
Ha pasado el tiempo y la carrera desenfrenada en busca de dinero se ha transformado en la cultura de nuestros días. Por él se destruyen vidas, se corrompen conciencias y se derrocan gobiernos. Por su causa se aniquilan valores y se estropean principios. Las personas piensan que si tuvieran dinero serían más felices y no miden esfuerzos ni tiempo para conseguirlo.
No es el caso del hombre que habló conmigo aquella noche. Pero muchos, en el desesperado intento de llenar el vacío que el dinero no logra cubrir, caen en el terreno de la avaricia: la idolatría del dinero.
El avaro vive sólo para juntar. No usa lo que gana. Pierde la noción de la realidad. Acumula riquezas que no le sirven, tiene miedo de gastar, de quedarse pobre; y en su alucinante búsqueda de seguridad se pierde en los meandros de la codicia y hasta de la deshonestidad. Lo quiere todo para sí. Nada es suficiente. No le importa nadie, a no ser su propia persona. El apóstol Pablo describe a este tipo de personas como otra de las señales de los últimos días: "En los postreros días... habrá hombres amadores de sí mismos, avaros".
Es verdad que personas avaras existieron siempre. Sin embargo, nunca como hoy la riqueza estuvo concentrada en las manos de pocos y nunca, como en nuestros días, el capitalismo se volvió tan salvaje y voraz, al punto de llevar a mucha gente a un estado de extrema explotación, miseria y desesperación.
El deseo de acumular riquezas hace que el ser humano pierda el orden de los valores. Las cosas llegan a valer más que las personas. No se mide consecuencias. Simplemente se corre en pos del dinero, como sea. El rico quiere ser cada vez más rico. Miente, explota, extorsiona, corrompe y es corrompido sin importarle los otros. Esta clase de gente se encuentra en todos los campos de la actividad humana; en las empresas, en los gobiernos y hasta en las iglesias.
Quien sufre es siempre el más débil y desprotegido. Cada día tiene menos oportunidades y más pobreza y miseria. Llega a no tener qué comer. Una evidencia de que el regreso de Cristo está próximo es justamente la situación exagerada riqueza para pocos y extrema pobreza para muchos.
De acuerdo con el informe del Proyecto Hambre, de la ONU, cada segundo muere en el planeta una persona por causa del hambre. Lo dramático es que el 70% de estas víctimas son niños menores de 5 años. Ellos nacen condenados a la muerte. La avaricia y el deseo de enriquecimiento de los que detentan el poder les niegan la oportunidad de vivir.
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