Entre los días 13 y 17 de noviembre de 1996 se realizó en Roma, la Cumbre Mundial sobre la Alimentación. Ciento ochenta y cinco países enviaron a sus mandatarios. Ellos se propusieron acabar con el hambre hasta el año 2015. A pocos años de la fecha límite, el hambre no se ha reducido. Ha aumentado.
La mayoría de las muertes por hambre se debe a la desnutrición crónica. Las familias, sencillamente, no consiguen alimento necesario para la subsistencia. Las personas relegadas a esta situación viven una vida sin ninguna calidad. La FAO estima que, por lo menos, 820 millones de seres humanos sufren de hambre y desnutrición en el mundo.
La Biblia afirma que, en los últimos tiempos, el clamor de esa gente sufridora provocará conflictos sociales terribles entre el capital y el trabajo. El apóstol Santiago dice: "¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros... habéis acumulado tesoros para los días postreros. He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros"(Santiago 5:1-4).
Un hombre explotado y sin Dios es una arma cargada. El tiempo apretará el gatillo. El hambre es el nido de la guerra en cualquier lugar del mundo. La pobreza, las privaciones y las injusticias que los poderosos cometen contra los menos favorecidos son las causas básicas de la amargura y la revuelta de la gente. La pobreza constante y la opresión prolongada llevan al ser humano a la asfixia social y a la desesperación. El resultado es que esa gente desatendida se convierte en focos de terrorismo, movimientos agresivos de movilización social y bolsones de delincuencia.
Está comprobado que la privación de los recursos mínimos de supervivencia tiene lugar, mayormente, en las áreas rurales y en la periferia de las grandes ciudades. De cada diez personas pobres, algunas con ingresos inferiores a un dólar diario, siete viven en esos lugares y son fácilmente susceptibles de ser convencidas para unirse a las guerrillas revolucionarias que prometen justicia social pero que, lamentablemente, destruyen la economía ya empobrecida de países subdesarrollados. Otros caen en la delincuencia, el tráfico de drogas y el crimen organizado.
Un estudio serio de los conflictos sociales más agudos y de la delincuencia de nuestros días revela que, en los países más pobres y carentes de todo, las convulsiones revolucionarias o delictivas son el resultado de la falta de un programa económico que permita atender las crecientes demandas de la población. Las personas que durante décadas permanecieron sin oportunidades de mejorar su vida no aguantan más, y acaban desafiando con agresividad a la autoridad establecida.
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