14/12/10

Una generación erotizada (3era parte)

Moisés es categórico al describir el carácter perdonador de Dios: "¡Jehová! ¡Jehová! fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad; que guarda misericordia a millares, que perdona la la iniquidad, la rebelión y el pecado, y que de ningún modo tendrá por inocente al malvado"(Éxodo 34:6,7). Malvado, en el lenguaje original, no es el que alguna vez hizo el mal, sino el que insiste  en vivir de esa manera.


Evidentemente, la presión social para aceptar algo que la Biblia condena  es un cumplimiento más de las señales del fin. La proliferación abierta de la sodomía, argumentando que es apenas un "tipo diferente de orientación sexual", es una evidencia de que vivimos en los últimos tiempos.

Hace algunos años se presentó en el Museo Natural de Oslo una exposición sobre homosexualidad  en el mundo animal. Los expositores argumentaban que si la homosexualidad entre los animales, y no hay nada más natural que ellos, entonces la desviación sexual también es natural, y si es natural no puede ser pecado.

El diccionario define la palabra natural como lo que se hace de acuerdo con la propiedad de las cosas. La palabra básica es "propiedad, normalidad". Es normal comer por la boca, pero si yo deseo puedo intentar comer por lo oídos. Soy libre para hacerlo, pero no puedo pretender que las personas acepten mi actitud como algo natural, normal o propio.

Nuestra generación es una generación que ha perdido el rumbo de su propia naturaleza. Vive casi en función del placer físico. Gasta anualmente en pornografía la fabulosa suma de 13 mil millones de dólares, solo en Estados Unidos. Es dificil encender la computadora sin que aparezca una llamada a la pornografía. Se escribe, se compone y se produce teniendo, la mayoría de las veces, el sexo como tema central. Casi no se encuentra una propaganda que no apele al sexo para vender su producto. En ser humano ha iniciado una carrera loca en busca de un sentido para su vida sexual. Nada lo satisface. En esa búsqueda loca, cae muchas veces en la perversión y la depravación. Todo porque desconoce la esencia de su propio ser.

¿Qué significa esto? Que el hombre es un ser físico, mental y espiritual. Es su naturaleza. No se puede dividir. Para que lo que haga en la vida tenga sentido, necesita hacerlo con la unidad completa de su ser. Dividirse es fatal. Si no intenta, abre heridas profundas en su mundo inconsciente. Heridas que su racionalismo no puede curar. Por más que se repita a sí mismo que él es correcto, que lo que hace es bueno desde el momento que no le causa mal a nadie, y que su vida íntima es un asunto de elección personal o de preferencia, la realidad es otra. Su naturaleza de ser humano, con facultades físicas, mentales y espirituales, no lo acepta.

Tal vez llevado por el instinto, puede aceptar su dimensión física; también puede aceptar su aspecto mental, convenciéndose de sus propios argumentos; pero su ámbito espiritual no lo acepta. Protesta con el grito desesperado del corazón, llamado culpa. El ser humano puede cambiar todas las reglas que quiera, modificar todos los principios de comportamiento. Puede echar por tierra lo que llama "convenciones sociales y obsoletas", pero nunca eliminará la conciencia de culpa que lo incomoda cada vez que hace algo que su naturaleza espiritual no acepta.

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