20/1/11

Esperanza en el horizonte (4ta parte)

Hace un tiempo conversé con una persona que no conocía la Biblia. Estábamos en el avión y la conversación derivó hacia asuntos existenciales. Hablamos del concepto de cada uno con su relación a la vida. Le dije que yo creía en el regreso de Cristo y en el establecimiento de su Reino eterno.

Yo prefiero vivir la realidad presente. me dijo, El cielo es algo muy abstracto y está en un futuro muy distante. No sé si estaré vivo cuando llegue ese día.

El hombre que dialogaba conmigo es la típica persona de nuestro tiempo. Sólo piensa en el aquí y en el ahora. Desde su punto de vista no vale esperar el cielo mientras las cosas suceden aquí en la Tierra.

La vida es tan corta, concluyó, que no se puede desperdiciar tiempo con expectativas utópicas. Es necesario ser realista.

¿Es necesario ser realista? Entonces, tomando prestada la ilustración de otro escritor, permíteme razonar contigo. Supongamos que vivimos 100 años y llegamos al fin de nuestro días. Y descubrimos que mi interlocutor tenía razón. El cielo no existe. La venida de Cristo es una utopía. No hay vida eterna cuando Jesús vuelva. Nada. ¿Qué es lo que yo perdí si no existe nada? Valga la redundancia, nada; absolutamente nada. Porque nada existe. Pero imaginemos que al fin de nuestros días descubrimos que la Biblia tenía razón. Que el cielo existe, la vida eterna es una realidad y Cristo viene para llevar con él a los que se prepararon. Pues bien, mi amigo del avión lo habrá perdido todo. Así de simple. Pero también asi de real y verdadero.

Muy pronto llegará el día en que los seres humanos despertaremos, como siempre lo hacemos, para cumplir los trabajos diarios. En las fábricas los empleados estarán cumpliendo sus tareas. En las escuelas los alumnos seguirán estudiando como siempre. Los lugares de placer estarán llenos. Gente haciendo el bien y haciendo el mal. Corriendo como todos los días detrás de sus sueños. Nada de anormal. Nada diferente. Tal cual los días de Noé.

Súbitamente, en el medio del cielo, aparecerá una nube blanca. Aumentará de tamaño a medida que los segundos pasen. La Tierra se estremecerá en sus mismos fundamentos. Juan describe la escena de esta manera: "... He aquí hubo una gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre; y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus higos cuando es sacudida por un fuerte viento. Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla; y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los reyes de la tierra, y los grandes, los ricos, los capitanes, los poderosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas  y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: Caed sobre nosotros, y escondednos del rostros  de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado; ¿y quien podrá sostenerse en pie"(Apocalipsis 6:12-17).

18/1/11

Esperanza en el horizonte (3era parte)

En los siguientes versículos Pedro trata de explicar la aparente demora: "Oh amados, no ignoréis esto: que para con el Señor un día es como mil años, y mil años como un día. El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento" (2 Pedro 3:8,9).

Hay dos pensamientos que se destacan en esta declaración de Pedro. El primero es la brevedad de la vida humana. ¿Cuánto puede vivir el ser humano más longevo de nuestros días? En las montañas rusas descubrieron a un hombre que tenía 126 años de edad, y en el Japón falleció un hombre con 113 años. ¿Qué significan 126 años comparados con la eternidad divina? Por tanto, Jesús no se demora. El ser humano vive una milésima de segundo comparado con el tiempo de Dios.

El segundo pensamiento tiene que ver con la infinita misericordia divina. Él ama a las personas. Si dependiera de su amor, todos se salvarían, pero la salvación es un asunto de decisión personal. Nadie puede interferir. Dios creó al hombre y a la mujer libres, para que ellos escogieran lo mejor a la luz de la palabra de Dios.


Sin embargo, el hecho de que Dios ame al ser humano y tenga mucha paciencia con él no significa que no vendrá. "Pero el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas"(2 Pedro 3:10). Aquí está de nuevo el elemento sorpresa. Ningún ladrón avisa el día y la hora que va a robar. Pedro compara la venida de Jesús con la sorpresiva acción del ladrón. El elemento de comparación es la sorpresa.

Lo que Jesús desea es que sus hijos estén permanentemente preparados. Por eso dijo: "Mirad también por vosotros mismos, que vuestros corazones no se carguen de glotonería y embriaguez y de los afanes de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día. Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la Tierra. Velad, pues, en todo tiempo orando que seáis tenidos por dignos de escapar de todas estas cosas que vendrán, y de estar en pie delante del Hijo del Hombre" (Lucas 21:34-36).