19/12/10

Crisis económica (2da parte)

Conversamos un poco más y después nos despedimos sin llegar a ninguna conclusión. Él era otro retrato del hombre moderno. Había hecho del dinero un dios; pero, a pesar del dinero, continuaba angustiado. Buscaba un sentido para su existencia.


Dinero. ¡Ah, dinero! "Poderoso caballero es don dinero", reza el antiguo proverbio; y las personas, desde tiempos inmemoriales, se han entregado de cuerpo y alma a la búsqueda incansable de dinero.

"El dinero es la palanca que mueve el mundo", repetían los buscadores de oro, mientras arriesgaban su vida en la selva del Amazonas tras el codiciado metal.

Ha pasado el tiempo y la carrera desenfrenada en busca de dinero se ha transformado en la cultura de nuestros días. Por él se destruyen vidas, se corrompen conciencias y se derrocan gobiernos. Por su causa se aniquilan valores y se estropean principios. Las personas piensan que si tuvieran dinero serían más felices y no miden esfuerzos ni tiempo para conseguirlo.

No es el caso del hombre que habló conmigo aquella noche. Pero muchos,  en el desesperado intento de llenar el vacío que el dinero no logra cubrir, caen en el terreno de la avaricia: la idolatría del dinero.

El avaro vive sólo para juntar. No usa lo que gana. Pierde la noción de la realidad. Acumula riquezas que no le sirven, tiene miedo de gastar, de quedarse pobre; y en su alucinante búsqueda de seguridad se pierde en los meandros de la codicia y hasta de la deshonestidad. Lo quiere todo para sí. Nada es suficiente. No le importa nadie, a no ser su propia persona. El apóstol Pablo describe a este tipo de personas como otra de las señales de los últimos días: "En los postreros días... habrá hombres amadores de sí mismos, avaros".

Es verdad que personas avaras existieron siempre. Sin embargo, nunca como hoy la riqueza estuvo concentrada en las manos de pocos y nunca, como en nuestros días, el capitalismo se volvió tan salvaje y voraz, al punto de llevar a mucha gente a un estado de extrema explotación, miseria y desesperación.

El deseo de acumular riquezas hace que el ser humano pierda el orden de los valores. Las cosas llegan a valer más que las personas. No se mide consecuencias. Simplemente se corre en pos del dinero, como sea. El rico quiere ser cada vez más rico. Miente, explota, extorsiona, corrompe y es corrompido sin importarle los otros. Esta clase de gente se encuentra en todos los campos de la actividad humana; en las empresas, en los gobiernos y hasta en las iglesias.

Quien sufre es siempre el más débil y desprotegido. Cada día tiene menos oportunidades y más pobreza y miseria. Llega a no tener qué comer. Una evidencia de que el regreso de Cristo está próximo es justamente la situación exagerada riqueza para pocos y extrema pobreza para muchos.

De acuerdo con el informe del Proyecto Hambre, de la ONU, cada segundo muere en el planeta una persona por causa del hambre. Lo dramático es que el 70% de estas víctimas son niños menores de 5 años. Ellos nacen condenados a la muerte. La avaricia y el deseo de enriquecimiento de los que detentan el poder les niegan la oportunidad de vivir.

18/12/10

Crisis económica (1era parte)

"¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán.... He aquí clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros..." (Santiago 5:1,4).

La ciudad de San Pablo se mostraba esplendorosa aquella noche. Parecía una dama vestida para una ocasión especial. Infinidad de luces adornaban su silueta. Le daban la apariencia de un pequeño universo infestado de luciérnagas. Desde la terraza del Edificio Italia, la visión de la ciudad era fascinante y encantadora.

Ingresé en el restaurante y miré hacia todos los lados. El recepcionista, un rubio alto y de modales artificiales, me preguntó como si me conociera:

¿Señor Bullón? Asentí con una sonrisa y me condujo haca una mesa discreta en el fondo. La persona que buscaba estaba allí, esperándome. Se levantó, nos saludamos y después de una corta conversación trivial, fue al punto.


- Usted sabe que tengo dinero- dijo, dueño de la situación. Puedo comprar lo que se me antoje, viajar a cualquier lugar del mundo, realizar el sueño que desee; pero, cuando llega la noche, no logro dormir. Siento como si estuviera en deuda con alguien. Hay noches que paso las horas despierto hasta el amanece. Dígame qué me falta, pero por favor no me pida que me vuelva miembro de su iglesia ni me hable de Jesús.

Me sorprendió la postura existencial de ese gigante de los negocios. Estaba allí, delante de mí, desprotegido, casi suplicando ayuda, pero no quería que le hablara de Jesús.

- Usted sabe que yo soy un ministro religioso - le afirmé. Sí respondió, pero los ministros ¿no pueden hablar de otra cosa que no sea de religión?.

- Claro que podemos - le dije, yo podría hablarle de la bolsa de valores o del cambio actual del dolar, podría conversar con usted de deportes, o acerca de la cultura de los países que visité, pero usted me acaba de hacer una pregunta específica. Quiere saber lo que le falta, y con toda seguridad no le falta acciones en la Bolsa de valores, ni dólares, ni cultura. Lo que le falta es un sentido espiritual para su vida, pero usted no quiere que le hable de Jesús. ¿Qué puedo hacer? Si le dijera que la solución para su problema está en la India y que le va a costar un millón de dólares, creo que usted no vacilaría un minuto en pedir que le preparen su propio avión, con su propio piloto, con el fin de viajar inmediatamente en busca de la ansiada solución. ¿Estoy equivocado?.

El hombre parpadeó varias veces, tomó un poco de agua y no supo qué decir. Era consciente del vacío que sentía. Algo andaba mal en su vida. Al inicio de su carrera, joven todavía, lleno de sueños y ambiciones, creía que necesitaba dinero para ser feliz. Concentró todos sus esfuerzos en conseguirlo,y había alcanzado su objetivo. Era millonario y debía estar satisfecho, pero no lo estaba; se sentía angustiado y no podía identificar la causa. Buscaba ayuda, pero no quería saber nada de Dios.