20/12/10

Crisis económica (3era parte)

Entre los días 13 y 17 de noviembre de 1996 se realizó en Roma, la Cumbre Mundial sobre la Alimentación. Ciento ochenta y cinco países enviaron a sus mandatarios. Ellos se propusieron acabar con el hambre hasta el año 2015. A pocos años de la fecha límite, el hambre no se ha reducido. Ha aumentado.


La mayoría de las muertes por hambre se debe a la desnutrición crónica. Las familias, sencillamente, no consiguen alimento necesario para la subsistencia. Las personas relegadas a esta situación viven una vida sin ninguna calidad. La FAO estima que, por lo menos, 820 millones de seres humanos sufren de hambre y desnutrición en el mundo.

La Biblia afirma que, en los últimos tiempos, el clamor de esa gente sufridora provocará conflictos sociales terribles entre el capital y el trabajo. El apóstol Santiago dice: "¡Vamos ahora, ricos! Llorad y aullad por las miserias que os vendrán. Vuestras riquezas están podridas, y vuestras ropas están comidas de polilla. Vuestro oro y plata están enmohecidos; y su moho testificará contra vosotros... habéis acumulado tesoros para los días postreros. He aquí, clama el jornal de los obreros que han cosechado vuestras tierras, el cual por engaño no les ha sido pagado por vosotros"(Santiago 5:1-4).

Un hombre explotado y sin Dios es una arma cargada. El tiempo apretará el gatillo. El hambre es el nido de la guerra en cualquier lugar del mundo. La pobreza, las privaciones y las injusticias que los poderosos cometen contra los menos favorecidos son las causas básicas de la amargura y la revuelta de la gente. La pobreza constante y la opresión prolongada llevan al ser humano a la asfixia social y a la desesperación. El resultado es que esa gente desatendida se convierte en focos de terrorismo, movimientos agresivos de movilización social y bolsones de delincuencia.

Está comprobado que la privación de los recursos mínimos de supervivencia tiene lugar, mayormente, en las áreas rurales y en la periferia de las grandes ciudades. De cada diez personas pobres, algunas con ingresos inferiores a un dólar diario, siete viven en esos lugares y son fácilmente susceptibles de ser convencidas para unirse a las guerrillas revolucionarias que prometen justicia social pero que, lamentablemente, destruyen la economía ya empobrecida de países subdesarrollados. Otros caen en la delincuencia, el tráfico de drogas y el crimen organizado.

Un estudio serio de los conflictos sociales más agudos y de la delincuencia de nuestros días revela que, en los países más pobres y carentes de todo, las convulsiones revolucionarias o delictivas son el resultado de la falta de un programa económico que permita atender las crecientes demandas de la población. Las personas que durante décadas permanecieron sin oportunidades de mejorar su vida  no aguantan más, y acaban desafiando con agresividad a la autoridad establecida.

19/12/10

Crisis económica (2da parte)

Conversamos un poco más y después nos despedimos sin llegar a ninguna conclusión. Él era otro retrato del hombre moderno. Había hecho del dinero un dios; pero, a pesar del dinero, continuaba angustiado. Buscaba un sentido para su existencia.


Dinero. ¡Ah, dinero! "Poderoso caballero es don dinero", reza el antiguo proverbio; y las personas, desde tiempos inmemoriales, se han entregado de cuerpo y alma a la búsqueda incansable de dinero.

"El dinero es la palanca que mueve el mundo", repetían los buscadores de oro, mientras arriesgaban su vida en la selva del Amazonas tras el codiciado metal.

Ha pasado el tiempo y la carrera desenfrenada en busca de dinero se ha transformado en la cultura de nuestros días. Por él se destruyen vidas, se corrompen conciencias y se derrocan gobiernos. Por su causa se aniquilan valores y se estropean principios. Las personas piensan que si tuvieran dinero serían más felices y no miden esfuerzos ni tiempo para conseguirlo.

No es el caso del hombre que habló conmigo aquella noche. Pero muchos,  en el desesperado intento de llenar el vacío que el dinero no logra cubrir, caen en el terreno de la avaricia: la idolatría del dinero.

El avaro vive sólo para juntar. No usa lo que gana. Pierde la noción de la realidad. Acumula riquezas que no le sirven, tiene miedo de gastar, de quedarse pobre; y en su alucinante búsqueda de seguridad se pierde en los meandros de la codicia y hasta de la deshonestidad. Lo quiere todo para sí. Nada es suficiente. No le importa nadie, a no ser su propia persona. El apóstol Pablo describe a este tipo de personas como otra de las señales de los últimos días: "En los postreros días... habrá hombres amadores de sí mismos, avaros".

Es verdad que personas avaras existieron siempre. Sin embargo, nunca como hoy la riqueza estuvo concentrada en las manos de pocos y nunca, como en nuestros días, el capitalismo se volvió tan salvaje y voraz, al punto de llevar a mucha gente a un estado de extrema explotación, miseria y desesperación.

El deseo de acumular riquezas hace que el ser humano pierda el orden de los valores. Las cosas llegan a valer más que las personas. No se mide consecuencias. Simplemente se corre en pos del dinero, como sea. El rico quiere ser cada vez más rico. Miente, explota, extorsiona, corrompe y es corrompido sin importarle los otros. Esta clase de gente se encuentra en todos los campos de la actividad humana; en las empresas, en los gobiernos y hasta en las iglesias.

Quien sufre es siempre el más débil y desprotegido. Cada día tiene menos oportunidades y más pobreza y miseria. Llega a no tener qué comer. Una evidencia de que el regreso de Cristo está próximo es justamente la situación exagerada riqueza para pocos y extrema pobreza para muchos.

De acuerdo con el informe del Proyecto Hambre, de la ONU, cada segundo muere en el planeta una persona por causa del hambre. Lo dramático es que el 70% de estas víctimas son niños menores de 5 años. Ellos nacen condenados a la muerte. La avaricia y el deseo de enriquecimiento de los que detentan el poder les niegan la oportunidad de vivir.