Mientras que mucha gente corre asustada, los que creyeron en su venida y se prepararon levantarán los brazos y dirán: "He aquí, éste es nuestro Dios, le hemos esperado, y nos salvará; éste es... a quien hemos esperado y nos salvará; éste es ... a quien hemos esperado, nos gozaremos y nos alegraremos en su salvación"(Isaías 25:9).
Mañana fría de 1949. En un campo de concentración, un joven mira a través de la cerca de alambre con púas y ve a una muchacha, linda como la luz del sol. La chica también lo ve, y su corazón salta como un cabrito perseguido por un enjambre de avispas. Ella quiere expresar sus sentimientos y le arroja una manzana roja a través de la cerca. La manzana le trae vida, esperanza y amor. El muchacho la recoge y un rayo de luz ilumina su mundo de oscuridad. El joven no duerme aquella noche. El rostro angelical y la sonrisa tímida de la joven viene a su recuerdo.
Al día siguiente tiene unas ganas locas de volverla a ver. Se aproxima otra vez a la cerca y para sorpresa suya, ve de nuevo a la joven. Ella aguarda la llegada misteriosa del joven que tocó su corazón. Allí está, con otra manzana roja en la mano.
Hace mucho frío, el viento helado sopla produciendo un lamento triste. A pesar de eso, dos corazones son calentados por el amor mientras la manzana atraviesa la cerca.
El incidente se repite por varios días. Dos jóvenes, en lados opuestos de la cerca, se buscan uno al otro. Sólo por un momento. Apenas para intercambiar miradas tiernas. El encuentro es llama que flamea. El sentimiento inexplicable de ambos es el combustible.
Cierto día, al fin de esos momentos dulces, el joven le dice con expresión triste: Mañana no me traigas la manzana. No estaré más aquí; me están enviando a otro campo de concentración.
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