21/3/10

EZEQUIEL

Ezequiel estaba en el segundo grupo llevado cautivo a Babilonia cuando Nabucodonosor volvió a Palestina y quitó a Joaquín, rey títere de Judá. Nabucodonosor nombró a Sedequías (tercer hijo de Josías) como su gobernador en Palestina. ( II Reyes 24:10-17; I Crónicas 3:15).


Después de 10 años del nombramiento de Sedequías, éste se rebeló contra Nabucodonosor, quien entonces atacó Jerusalén, derribó sus muros y destruyó el Templo ( II Reyes 24:18; 25:21; II Crónicas 36:11-21).

El profeta Jeremías aún estaba en Jerusalén, donde había estado profetizando por cerca de 35 años. Daniel, quien había sido llevado a Babilonia, cerca de 9 años antes que Ezequiel, ocupaba ahora una posición prominente en el Imperio Babilónico. Daniel fue mencionado por Ezequiel tres veces (Ezequiel 14:14,20; 28:3).

El mensaje de Ezequiel indicaba la destrucción y juicio venidero causado por el pecado de la idolatría. Comunicó el mensaje de Dios a través de símbolos, alegorías y visiones, los mismos métodos usados por Daniel, y más tarde, por Juan en el libro de Apocalipsis.

El propósito de sus acciones simbólicas, como su dolor silencioso por la muerte de su esposa (24:15-24) y su postramiento sobre el suelo (4:4-6), era el de llamar la atención del pueblo. Todas estas cosas revelan una vida entregada en obediencia a Dios. Definitivamente, era un comunicador excelente que estaba impulsado por un poderoso sentimiento de obligación, para advertir a Jerusalén que sería destruída a menos que el pueblo se arrepintiese. Sin embargo, el corazón del pueblo estaba ya endurecido en idolatría.

Después de la caída de Jerusalén en el año 586 A.C. , Ezequiel  comenzó entonces con un mensaje de esperanza, consolación y reconstrucción. Su énfasis estaba en confortar a los hebreos exiliados. De la misma manera tan categórica como había profetizado el juicio de Dios, así también profetizó que los israelitas serían restaurados a su propia tierra, una profecía que hemos visto cumplida en nuestra generación de una manera muy emocionante.

El propósito de Dios en el notable cumplimiento de la profecía concerniente a la restauración de la nación de Israel es que toda la humanidad "sabrá que yo soy el Señor", una frase que ocurre más de 60 veces en el libro de Ezequiel.

En conclusión, Ezequiel profetizó la venida de la nueva Jerusalén y su Templo, donde Dios mismo mora con su pueblo.

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